Monumento a Diego de Almagro

Almagro, una ciudad orgullosa de su pasado

Almagro, una ciudad orgullosa de su pasado

Almagro ha sido una ciudad orgullosa, porque ha tenido razones para serlo. No en vano fue fundada por la Orden Militar que nació para defender la fortaleza de Qlat-Rabah, cuando los templarios rechazaron el ofrecimiento ante el empuje de los almohades.

Almagro fue el enclave que puso en jaque a la monarquía castellana hasta el punto de obligarla a fundar una ciudad de realengo, que contrarrestara su influencia y equilibrara la balanza de poder en esta comarca.

Almagro fue lugar de encuentro de los mejores comerciantes de Europa y refugio de judíos y moriscos, que eran perseguidos en otras localidades cercanas.

Y cuando el pulso con la Corona de Castilla llegó a su incuestionable desenlace, terminando con la supremacía política y militar de la Orden, aún tuvo un glorioso rejuvenecer económico al amparo de Jacob Fugger, el banquero alemán, prestamista de Carlos I, que se adelantó a su tiempo previendo la importancia de las minas de Almadén, cuyo mercurio sería vital en la extracción de los metales preciosos que ofrecía el Nuevo Mundo.

Incluso en el ocaso de su esplendor, cuando España y su imperio agonizaban lenta e indiferentemente ante el empuje de nuevas potencias, Almagro inauguraba lo que a la postre sería el gran legado que la Historia dejara a sus futuros habitantes, un Corral de Comedias en el que se festejaba la genialidad del Siglo de Oro español.

Sin embargo, hoy en día Almagro recibe al visitante con la humildad de quien ha conocido tiempos de abandono y precariedad, de modo que el orgullo lo manifestamos quienes arribamos a ella para empaparnos de su Historia, Arte y Teatro a partes iguales.

La Plaza Mayor, el corazón de Almagro

El corazón indudable de Almagro es la Plaza Mayor, testigo y protagonista de los cambios producidos durante su vida. Sus piedras recibieron las pisadas de soldados y caballos cuando comenzó siendo lugar de parada militar; soportó tenderetes y tiendas que, a la postre, derivarían en los soportales pintados del rojo almagre, origen de su nombre; asistió a su transformación en escaparate público, donde las clases pudientes demostraran su apariencia, y los balcones, que en principio se abrieron a ella para asistir a espectáculos públicos, se cerraron, fruto de la especulación. Y hoy en día, gracias al teatro y a la belleza, atesorada en ese devenir histórico, recupera su condición cosmopolita acogiendo a viajeros y visitantes de todos los rincones del mundo demandando un lugar de honor en el nuevo turismo que llaman de interior.

El teatro, el alma que insufla vida a sus piedras

Pero Almagro no solo es su plaza, sino todo un legado arquitectónico y urbanístico que logra transmitir mejor que nada y nadie las variadas vicisitudes por las que ha atravesado. La Orden sigue presente gracias a la recuperación de los Palacios Maestrales como sede del Museo del Teatro y, lo que fue un espacio donde se fundían la sobriedad cisterciense de sus orígenes con la influencia musulmana de sus formas, es ahora un lugar que combina la seria herencia castrense con la vitalidad de las artes escénicas que acoge en la actualidad.

Y es que, si la plaza es el corazón, el teatro es el alma que insufla nuevamente vida a las piedras que aguardaban dormidas su oportunidad. No solo los mencionados palacios han reverdecido bajo su tutela, la vieja Universidad del Rosario, que truncó su carrera con la desamortización de Mendizábal, convirtiéndola en fábrica de muebles, vuelve a escuchar en su interior los ecos de la prosa culta y el verso ilustrado del Festival Internacional de Teatro Clásico, para deleite de eruditos y profanos. Y hasta el antiguo Silo de cereal, olvidado más de 80 años, ha sido rehabilitado como sede del mismo y decorado con murales alusivos a este importante evento internacional.

Las iglesias de Almagro

Otro elemento de hondo calar en la ciudad de Almagro es la religión, en las diversas formas que puede manifestarse. Desde la ostentación con que se erigieron iglesias como la de San Agustín, para mayor gloria de sus ricos mecenas, y que paradójicamente hubo de ser indultada del derribo por suscripción popular; a la humildad de numerosas ermitas como la de San Juan, donde aflora una honda espiritualidad que tiene continuidad en la Pasión de Semana Santa.

De los muchos ejemplos que nos brinda el estamento religioso destacamos la Iglesia de Madre de Dios, edificio columnario de planta salón que evoca nuevamente el deseo de Almagro de imponerse a la jerarquía establecida, con sus proporciones catedralicias; el Claustro del Convento de la Asunción Calatrava, uno de los ejemplos de Renacimiento más equilibrados y armónicos que existen en España; y la Ermita de San Blas, mandada construir por los Fugger mezclando sabiamente el deseo de manifestar su inmenso poder con la necesidad de despejar cualquier duda sobre su condición católica y la naturaleza de sus negocios, en una época donde la mera sospecha de herejía podía hacer temblar a los estamentos más elevados y en el que la usura aún era considerada pecado por la Iglesia.

Precisamente esta familia, cuyo apellido castellanizado, Fúcares, se convirtió literalmente en sinónimo de riqueza, supone otra de las piedras angulares en la construcción y desarrollo de Almagro. Su influencia se deja notar tanto en la edilicia, véase el Almacén desde donde ejercieron el control de sus negocios, como en los sonoros apellidos germánicos, Wessel o Xedler, cuyas casas exhiben programas iconográficos donde se funden la mitología clásica y la heráldica, para honor de sus ocupantes.

Las casas y los patios

Sin embargo, no todas las casas de Almagro resultan tan propagandísticas. Junto a portadas barrocas como las del Conde de Valdeparaíso, que denotan toda una declaración de intenciones, convive una tradición musulmana, extendida a las clases populares, donde la humildad de las fachadas da paso a sorprendentes patios ornamentados, frescos y acogedores, que esconden el verdadero tesoro que es la preservación de la intimidad.

A pesar de su antigüedad y solera, Almagro no es una ciudad vieja, sino que destaca por vivir una segunda juventud en la que ha sabido conjugar la tradición con la modernidad. De este modo escapa de la influencia teatral que la hubiera convertido en un mero escenario más, para erigirse en una ciudad dinámica y viva donde la Historia, lejos de agonizar, palpita en cada rincón devolviendo la deuda que con Almagro tenía contraída.


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